Después de descubrir que han inventado un programa de audio que produce efectos similares al de la droga (I-Doser), hice un análisis de la situación. El programa debe ser escuchado en audífonos durante media hora; entonces, si un bogotano normal pasa 1 hora metido en un bus de transporte público atravesando la ciudad para ir al trabajo o a la universidad y escuchando la misma música, al bajarse del bus debe tener una sobredosis. Dependiendo del ritmo que le ponga el conductor, de los gritos que pegue (o que le peguen), de las llantas sonando por los frenones, de los pitos o de partes mal ajustadas en el bus, el individuo tendrá una inclinación determinada. Por ejemplo, si el conductor maneja decentemente y tiene música de amor estereo, el individuo se bajará del bus entre dormido y ausente, verá todo color de rosa y verá muy cercana la paz en el mundo. Por el contrario, si el conductor es un animal, insulta todo el tiempo y tiene rancheras en un volumen desmedido, el pasajero llegará a su destino no solo con ganas de pelearse con alguien, también pensará en pelearse con él, con ella, conmigo, con usted. Sí, usted y de paso su familia, su esposa, sus hijos y acabar con los de su clase y toda su existencia.
Puede ser? Claro que sí.
Los sonidos y todo lo que nos rodea combinado con una repetición de lo mismo durante un buen período de tiempo debe dar resultado. Es decir que el I-Doser no es nada nuevo. Seguramente el que lo inventó pasó por Bogotá y se subió un bus de servicio ejecutivo con merengue a todo volumen y agarró el contraflujo, con tan mala suerte que se le olvidó pedir las vueltas del billete de $50.000 que le entregó al conductor. Todo eso combinado hizo explosión y cuando el turista despertó, tenía una resaca terrible y estaba en una pista de baile colgado de un tubo en calzoncillos. En ese momento, en medio de su público, pensó que los sonidos, tratados de una manera especial, podían alterar nuestro comportamiento.
Me ha pasado a mí. He estado en lugares donde la música crea un ambiente apto para mí y me relaja, pero también me ha pasado lo contrario y muchas veces.
Y si el infierno tiene algo que ver con el oído también? Porque todos lo describen como un lugar donde sufres dolores, calor o frío, humillación, cansancio, depresión, pero nunca se ha dicho que hay sonidos compuestos especialmente para hacerte sufrir.
Creo que tengo una idea de cómo sería MI infierno sonoro. Obviamente acompañado de un ambiente propicio:
Es más, tengo el lugar ideal. La trampa vallenata (pero cambiaría por “Naraka Vallenata”. Todo comenzaría allí, pero no en Bogotá sino en Melgar. Estaría lleno, como siempre, pero todas las personas serían mujeres, obesas, peludas, sudando, con bozo y todas quisieran bailar conmigo al mismo tiempo. Habría solo un grupo vallenato integrado por esqueletos de costeños que conservan sus cuerdas vocales y gritarían siempre la misma canción. Uno de esos vallenatos bien gritones, en el momento se me vienen a la cabeza un par, pero no me sé los nombres. Algo así como “A MI ME GUSTA, ME GUSTA, ME GUSTA, ME GUSTA…” o “CARACOLES DE COLORES QUE EN MAR ANDAN NADANDOOO…” o “SE ACABARON, SE ACABARON YAA, SE ACABARON, SE ACABARON YAAA…”. Cualquiera de esos, o algún otro en el que griten más y con todo el sentimiento que los caracteriza. Obviamente los cantantes tendrían los instrumentos característicos, el infaltable acordeón, el tamborcito y la guacharaca. Nunca, nunca se ha necesitado amplificador para un grupo vallenato, y menos en un lugar tan cerrado como ése, pero como es MI infierno, habrían parlantes por todo el lugar. Solo alcanzaría a escuchar algunas voces al oído de las mujeres que bailan conmigo diciéndome que las apriete más o que las abrace con las 2 manos y la canción suena otra y otra y otra vez por siempre y para siempre y por toda la eternidad.
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