10 de octubre de 2008

La reencarnación de Jacques Lacan vive en Girardot.

Cuando compré mi primera moto, una Yamaha BWS, nunca había manejado una moto y debo decir que fue amor a primera montada. Si, fue arriesgado comprarla sin saber si me iba a gustar o no, llamémoslo estupidez que sale bien sin saber cómo, pero la disfruté por casi 2 años sin ninguna queja.
Desde entonces me convertí en fan de las motos (no de los motociclistas) y he disfrutado un par de viajes en ellas, como sé que nunca podría disfrutarlos en un carro. Es una tontería, pero se tiende a decir: las motos son peligrosas, qué mamera las motos que se meten por donde no caben, esa moto me rompió el espejo, etc... cuando en realidad los culpables de casi todos los accidentes son los motociclistas y no las motos.
El caso es que decidí viajar 2 horas en mi moto con mi novia al paraíso en la tierra para los rolitos. Girardot.
El viaje perfecto, la carretera excelente, el viento, la velocidad, la sensación. Un poco de calor al llegar a la meta, pero nada que no haga parte del paseo.
Al llegar al hotel, sólo conocía una entrada. Me acerqué a ella y pregunté al celador, como siempre suelo hacerlo, dónde parquéan las motos. El hombre me indicó un lugar, la dejé ahí juiciosa y luego nos dirijimos a la recepción para el respectivo registro y entrega de la habitación.
Al llegar a la habitación, que quedaba justo al otro lado de donde estaba mi moto, me dí cuenta que había unos parqueaderos desocupados a 5 pasos. Sin pensarlo dos veces, me puse la pinta respectiva de tierra caliente, mi bloqueador solar y regresé a la recepción para hablar sobre el tema.
Muy cordial, la recepcionista me dijo que si estuvieramos en temporada alta, me habría tenido que negar la petición, pero como el hotel estaba casi desocupado, no habría problema para parquearla a 5 pasos de mi habitación.
Despreocupado, regresé con mi novia y aprovechamos el tan extrañado "no hacer nada" bajo el sol.
Sol, calor, piscina, cielo azul... solo faltaba algo para hacerlo todo perfecto. Cerveza helada.
Ya que mi bolsillo está muy desnutrido por estos días, decidí salir en la moto a dar una vuelta y comprar un par de cervezas a precio de supermercado y no de hotel, que aunque para algunos sea un dato insignificante, es más de la mitad del precio que se puede ahorrar.
Salimos, andamos tranquilos sintiendo el viento y compramos un par de six pac de cerveza bien fría. Las metimos en el maletero y regresamos al hotel. Como es costumbre en las vacaiones de toda persona, pensé en mi comodidad y decidí entrar de una vez por la puerta que me llevaría al parqueadero más cercano a mi habitación. Me estacioné sin desmontarme frente a la entrada y esperé pacientemente a que abriera el portero.
Hemos llegado al punto crucial de este escrito.
El portero hace su aparición a lo lejos. Camina hacia nosotros con la pasividad y la lentitud típica de un hombre calentano y cuando por fin está a una distancia regular, nos dice -a la orden???
A lo que muy cordialmente le respondo -hola, estamos hospedados en este hotel, hablamos con recepción para parquear la moto aquí.
-Aquí no se pueden parquear motos.
-Si me enteré en la recepción, pero hablé con ellos y me dieron el permiso. Permanecí inmóvil montado en mi moto con mi novia bajo el sol de Girardot.
-El administrador prohibió parquear motos aquí.
-Lo sé, pero ya hablé en la recepción y me dijeron que no había problema.
-Es que usted no me ha entendido...
Esa frase, bajo ese calor, frente de la puerta del hotel que pagué, con las cervezas tan cerca pero tan lejos, con la piscina tan cerca pero tan lejos, hicieron que mi hamabilidad y mi amable tono de voz se esfumara.
-Es usted el que no me ha entendido. Ya hablé en la recepción, me dijeron que no había problema.
-Lo que pasa es que es inaudito.
-Lo inaudito es tener que parquear al otro lado del hotel siendo que mi habitación está aquí.
-No, digo que es inaudito parquear aquí, pero yo los voy a dejar.
En ese momento, mi cerebro captó el final de su frase (los voy a dejar), pero no podía dejar de lado el comienzo (es inaudito parquear aquí). Así que permanecí inmóvil mientras el hombre caminaba hacia la puerta y comenzaba a abrirla. Acto seguido empecé a sentir una vibración extraña en mi moto y luego descubrí que era la risa de mi novia. Seguramente ella asumió lo mismo que asumiría una persona normal, el portero es un idiota y no sabe qué significa inaudito.
Yo no soy una persona normal y creo que la frase de ese portero causó una doble contradicción en mi. Por un lado, tiene razón. Está prohibido parquear ahí, se lo dijo el admistrador y a mi me lo dijo la recepcionista. Por otro lado, él me iba a dejar parquear, algo que perfectamente podría no hacer. Me hubiera tocado ir hasta la recepción y hablar para que le aclararan al portero que conmigo harían una excepción. Habiendo tan pocas cosas para pensar frente a una piscina, una cerveza y el sol, descubrí que la frase me causaba un poco de culpa, Me dejaba en claro que yo estaba haciendo algo que no era permitido habitualmente.
El día de regreso, bajé al parqueadero y encontré otra moto, mucho mejor ubicada que la mía. Maldito portero, me confundió y no me insultó ni me faltó al respeto en ningun momento. Fuí engañado por la mismísima reencarnación de Jacques Lacan.