Todo comenzó cuando un compañero de mi curso (4to de primaria) llegó al paradero donde esperábamos el bus del colegio sin su lonchera habitual. Es un idiota, pensé. Olvidó su lonchera y lo veré corriendo por ella a su casa para volver sudado y asustado.
-Y su lonchera?
-Ya no tengo.
Por un momento pensé que me estaba mintiendo. Que estaba haciéndose el interesante para no tener que correr por su lonchera y regresar sudado.
-Y entonces ¿no lleva nada de comer?
-Sí, en mi maleta llevo un par de cosas.
Ahora lo entendí todo. Existía alguien que estaba en mi mismo curso y no llevaba lonchera y yo sí. Miré mi lonchera del pato Lucas y luego lo miré a él. Un estudiante con maleta. Luego me miré a mí. Un niño con lonchera. Gran diferencia.
Durante el resto de la semana estuve hablando con mi madre. Intentaba convencerla de que ya no necesitaba una lonchera. De que era cosa de niños. La charla tuvo un final feliz, terminé abandonando mi lonchera, más no lo que mi madre metía en ella. Ahora el banano, el yogurt, el sándwich y la chocolatina jet estaban en algún lugar de mi maleta. Por ahí. Ahora cuando veía alguien con lonchera solo pensaba que eran niños o idiotas.
Recuerdo que un día el bus se demoró mucho en recogernos. Tanto que algunos se sentaron a esperarlo en el andén. Yo, por mi parte, tenía una maleta muy grande en la que cabían muchas cosas, por eso me senté encima de ella. Cuánto puede pesar un niño normal que está en 4to de primaria? 40 kilos? 50 kilos? No sé. El caso es que al sentarme encima de mi maleta escuché un pequeño estallido. Algo así como un golpe con una almohada. Nada importante, pensé. A los 5 minutos llegó el bus y a la hora estaba sentándome en mi pupitre del salón de clases.
-Buenos días, saquen sus cuadernos y abran su libro en la página 32. –Dijo la profesora. Una mujer canosa de 130 kilos. De aspecto tosco, muy mal humor y mal olor.
Abrí mi maleta y al sacar el cuaderno descubrí que algo no estaba bien. Mi pupitre quedó manchado con algo. Al mirar detenidamente dentro de la maleta, vi una especie de líquido en la base y un olor a yogurt que eclipsaba el de la profesora.
-Madamme, puedo ir al baño? Es que se me explotó el yogurt en la maleta.
(Risas).
-Vaya a ver.
Desde entonces todos mis libros, cuadernos, diccionarios y demás tenían una marca registrada. Una marca lateral que evidenciaba su exposición al yogurt por más o menos 1 hora. Por más que lavé varias veces la maleta nunca dejó de oler a yogurt. La profesora tampoco cambió su maldito olor nunca y además me rajó en español.
Recuerdo perfectamente otro episodio. Tenía más o menos la misma edad y 2 primas estaban de visita en mi casa. Mi padre dijo en voz alta que si las podía llevar a comer helado. Solo teníamos que caminar un par de cuadras para llegar a la droguería donde había una nevera llena de productos con helado para elegir a placer.
El problema era que vivíamos al lado de un asadero de pollos que por esa época sacó una promoción que le fascinó a la gente. Cómase un pollo y reclame un kokoricóptero. El andén estaba repleto de carros, casi no había lugar por dónde pasar. Por ese entonces pensaba que era muy ágil para mi edad y empecé a pasar por entre los carros sin darme cuenta que uno de ellos todavía estaba siendo conducido y no había terminado de parquear. Pasé por la parte de atrás de ese carro y mientras lo hacía, recuerdo perfectamente lo que quisieron decirme con su mirada: no seas estúpido, no puedes pasar por ese lugar tan estrecho. Y también recuerdo perfectamente lo que quise decirles con mi mirada: no pasa nada, soy muy ágil. Acto seguido, el comencé a pasar por el estrecho mientras el conductor puso el freno de mano y el carro se descolgó lo suficiente como para aprisionar mi pierna junto al otro carro, pero sin hacerme daño. Simplemente no podía salir. Golpeé repetidas veces el maletero del carro. Las suficientes como para hacer reír a mis primas y para que el conductor entendiera lo que estaba pasando, me sacara de ahí y empezara a reír también. Luego comimos helado.
Una vez más, por esa misma época. Yo no pensaba que fuera bueno para jugar fútbol, pensaba que era una especie de mago del balón que podía hacerlo todo. Tenía un balón de micro en mi casa y hacía las delicias de mi imaginación. De nuevo, una visita de alguna prima, o hija de una amiga de la familia, o lo que sea. Y cuando el momento lo ameritó, lo dije: -Yo puedo hacer muchas cosas con el balón.- Acto seguido, hice un par de piruetas bastante torpes y al darme cuenta que estaba perdiendo la atención de la chica, decidí pararme encima del balón y hablarle de otra cosa, pero todo para que se diera cuenta de mi excelente dominio de la esférica. Creo que pasaron 3 segundos y la física hizo lo suyo. Perdí el equilibrio, porque como es natural, nadie puede pararse encima de un balón de micro y caí de bruces al suelo.
(Muchas risas)
Quise parecer músico, bilingüe, musculoso, aguantador de trago, profesional, conocedor de arte, etc, etc, etc, y siempre me fue mal. Ahora no aparento ser nada, solo soy yo. No me va muy bien que digamos, pero por lo menos no hago el ridículo tan seguido.