14 cuerpos en una misma habitación a 28 grados centígrados. En su mayoría obesos, con pelos, con poca ropa a causa del calor y casi unos encima de los otros, completamente dormidos. Son casi las 3 de la madrugada y las colchonetas que pusieron en el suelo para acomodarse en el cuarto todavía intentan conservar sin éxito la forma que traían cuando eran cargadas en el jeep. Algunos abrazados, otros estirados cuan largos son y otros en posiciones extremadamente incómodas roncan bastante fuerte pero nadie se despierta. Extrañamente acostumbrados a los ronquidos, descansan del viaje, de la comida y la bebida, del baile y de las carcajadas. Acostumbrados a sus olores, a sus voces, al sudor que les moja la piel, a las patadas dormidos, de eso se trata una familia o no? De soportar tanto las cosas que luego se vuelven costumbre y luego, por más que quieras escapar de ellas, te hacen falta.
Uno de los chicos, el más pequeño, se sienta en su colchoneta de repente. Sigue dormido, pero se levanta y sale de la habitación. Seguro que la familia no está acostumbrada a eso. El chico camina por la casa hasta llegar a la cocina, ahí se detiene un momento porque la brisa que entra por la ventana lo hace sentir en su sueño que ha llegado al mar y lo está contemplando. Ahora se acerca a la playa y siente como la arena se hunde por sus pasos y rodea sus pies, siente que se le mete entre los dedos. Puede escuchar las olas, la gente jugando a lo lejos, puede sentir el sol calentándole la piel. Su padre ronca como si un tractor estuviera intentando prender el motor y de repente un eructo provocado por las 15 cervezas que se tomó lo hace interrumpir su respiración y atorarse un poco. La reacción lo hace despertar. Abre un ojo más que otro y se siente un poco desubicado, mira a su alrededor y se acuerda del lugar donde está durmiendo, de lo que hizo anoche y una leve sonrisa se dibuja en su cara. Cierra los ojos para seguir durmiendo y se sienta de un golpe para comprobar que su hijo no está en su lugar. Se levanta de la colchoneta y sale del cuarto. Lo primero que revisa es el baño, pero no hay nadie. Recorre la casa y encuentra la puerta abierta. Sale corriendo.
El chico nada a placer en el mar de colores brillantes de sus sueños. El día es perfecto, las olas son hermosas, lo rodean y lo hacen dar giros y se ríe de sentir su traje de baño lleno de arena. Y entra en el mar una y otra vez jugando con él, con sus olas, con su fuerza. Una gran ola lo lleva mar adentro donde no alcanza a hacer pie y se esfuerza mucho para poder mantenerse a flote. Siente miedo. Sus piernas se mueven rápida y desesperadamente junto con sus manos mientras su boca busca la superficie. Empieza a llorar. Siente que no lo logrará. Se sumerge lentamente en el hermoso mar de colores y siente que los brazos de su padre lo abrazan. Se siente seguro de nuevo. Sonríe.