25 de octubre de 2009

líbremente inconforme

El otro día leí no sé bien dónde, que había una generación de conciertos. Los baby boomers, los x, los y, y ahora una nueva generación de conciertos. Personas que sienten tanta felicidad en un concierto que han llegado al punto de invertir todo lo que hacen en su vida en poder ver a U2, Madonna o cualquier artista de talla mundial. Qué coincidencia. Algunos grupos que se separaron hace años, ahora regresan haciendo giras por el mundo. Creo que los pioneros en Colombia fue el grupo Menudo, que regresó con sus viejas glorias a divertir a las grandes y a las ya no tan chicas.
Yo me declaro persona grata en la generación de conciertos. La he pasado buenísimo, he saltado, he cantado, he gritado, he bailado. Pero también me han pisado, me han empujado mucho, me han cobrado $5.000 por una botella de agua "pequeña" y muchas de las veces que he saltado, ha sido para ver mejor.
Pero la paso del putas.
Un concierto sube y baja, tiene sus grandes momentos y otros que pueden tornarse monótonos. La canción poderosa, la del ritmo chévere, la que le gusta a todo el mundo pero a ellos ya los tiene mamados de tanto tocarla, la baladita, bueno. Y todos los grupos, a su manera, acomodan el orden de sus éxitos para que el concierto tenga un hilo conductor; un inicio y un final para que el show sea bueno y la gente no se sienta robada por su boleta. Qué lindo. Qué buen negocio. Pero bueno, creo que me gustan los conciertos porque me parezco a ellos en lo de las altas y bajas, siempre hay errores, hay malos olores, hay peleas, hay cosas que no se oyen bien, hay desespero, hay alegría. Yo voy por la alegría y siempre la encuentro. Todo lo demás también.
Viendo grupos que me gustan, escuchando canciones que me gustan en vivo, he sentido mucha, mucha alegría. Me atrevo a decir que los momentos más felices de mi vida, o por lo menos los de mayor duración, los he vivido en un concierto. Podría ser un éxtasis de 2 horas.
Nunca pensé que fuera de un concierto, sin amigos y por breves instantes, fuera a sentir una felicidad más grande. El momento en el que renuncié a mi trabajo me trajo tanta felicidad que me ha durado días. Y no es que la pasara horrible ni que fuera explotado laboralmente, porque todos los trabajos hacen eso aquí, es un trabajo y hay que llegar temprano, y ser amable, y trasnochar, y ver que muchos hacen menos que uno y ganan más. Es la vida laboral que todos los empleados llevamos encima, es lo que nos toca, lo que hay. Y eso pesa. Y yo me quité ese peso de un movimiento y cuando me di cuenta me estaba riendo, como ahora.
Y qué feliz estoy de haberme quitado ese peso!! porque mañana entro al otro trabajo a seguir dándole!
Si, soy un sube y baja, pero qué hago si soy de esos que no se bañan y se les nota.