Desde niño me ha impresionado mucho el cambio de look que puede tener una persona cuando cambia de peinado. Lo que puede hacer el pelo bien arreglado es increíble. Muchas, muchas veces he apurado el paso solamente para ver la cara de una chica con bonito pelo. Muchas, muchas también han sido las decepciones. Tinturas, permanentes, rayitos, corte por capas... en fin. Yo mismo me dejé influenciar por esa debilidad y caí en el terrible hongo, aunque le dije a mi peluquero -no podría hacerme algo no tan marcado, osea, no existe el semihongo?- por supuesto que existía.
Mi peluquero!
Nunca me gustó decir eso. Nunca me gustó que alguien me preguntara dónde me había cortado el pelo, ya sea para felicitarme o para decirme que no irían allá nunca. Por eso, cuando mi papá me dejó de llevar a la Peluquería del Pato Donald, en donde me podía subir a un carrito y manejar mientras me hacían el corte, decidí no tener un peluquero fijo. Andaba por ahí, pasando de mano en mano, de tijera en tijera, de estilo en estilo.
Tengo que reconocer que por tomar esa decisión, me tocó aguantarme par gays bastante fastidiosos preguntando vainas que yo no quería responder sinceramente. Aunque claro, también tuve peluqueros serios, hombres que viven del trabajo y que son tan rígidos en su proceder como en el corte que hacen, el clásico. El innovador también lo tuve, o por lo menos para mí lo fue. Era el corte de moda en Buenos Aires, todos lo tenían pero yo no. Obvio, tenía que tenerlo.
La primera vez que me trataron como una dama en una peluquería me sentí muy bien. Shampoo, bañada de pelo con agua caliente, toallas blancas y tibias, masaje, trago y una buena conversación, pero la cuenta fue un duro golpe al bolsillo. Soy de los que piensa que no vale la pena pagar tanto por algo tan básico, pero sé que hay muchos y muchas que están en desacuerdo. Igual, no volví al lugar y no creo que regrese.
Los que me conocen saben que tengo el pelo muy liso y cuando se tiene un tipo de corte como el de Anton Chigurh, de No country for old men, experimentar uno mismo no es la mejor idea. Tuve demasiados descaches, tantos que tuve que raparme y como no sabía muy bien de la técnica necesaria, me quedaron unas líneas raras, como las chaquiras de Rodallega. Eso no impidió que siguiera experimentando, haciéndome cortes raros.
Pero un día fui a la casa de una amiga que no veía hace tiempo. Hablamos de todo un poco. Vivía en un apartamento de esos que la fachada no es muy chévere, pero por dentro es grande y con muchas habitaciones y muchos pisos. Lo compartía con unos europeos, pero tenía su propio cuarto con bastante espacio y un baño. Había puesto un velo alrededor de su colchón y en él había colgado peces de colores para que pareciera una red. Por toda la habitación habían cosas que ella había decorado, era como si lo hubiera convertido en suyo y se notara. Me llamó la atención una grieta en la pared blanca, a la que le había pintado pestañas, parecía un ojo de la pared, de la casa.
Ella encendió un porro y fumamos en su cuarto. No sé por qué llegamos al tema de los cortes de pelo, entonces ella me dijo que le gustaba cortarse el pelo y que ella le cortaba el pelo a los europeos que vivían en el apartamento. Intenté recordarlos y no me pareció nada mal. Entonces decidí pedirle el favor de que lo intentara conmigo. Se acercó. Su mano pasó por mi cabeza suavemente y dijo -Eres muy liso!! -Si, le dije. -Bueno, hay que cortártelo seco.
Uy, me dije. Cómo así que seco? esta vieja está muy trabada. Nunca me habían cortado el pelo sin mojarlo, siempre me lo mojaban y luego lo cortaban. Ella agarró las tijeras y empezó a cortarlo. Yo sentía temor porque ella no era profesional, no tenía el delantal que le ponen a uno cuando le cortan el pelo ni la escobita de la que salen polvitos ni tenía el pelo mojado y además ambos estábamos trabados. Cada vez que la tijera sonaba cerrándose, sentía que me podía estar quitando un pedazo de oreja o un cachete o algo así. Ella continuó y me dijo: -Hay que cortártelo seco porque el pelo liso cambia mucho cuando está mojado. Además no lo vas a tener mojado todo el tiempo.
Toda la razón. Me dio un poco de confianza.
Me cortó el pelo por lo menos durante media hora y cuando terminó, me gustó.
Ella y mi corte.
Luego la llevé a mi casa y la metí en una caja de herramientas para utilizarla cuando quisiera cortarme el pelo. Obvio, no se iba a conformar con eso. De un momento a otro la encontré con sus maletas hechas y con la sonrisa de siempre se fue.